Hace muchos años cuando el Santo Rey don Fernando de Castilla, nos libró del poder musulmán, todo el pago de Alharilla constituía una zona de nadie una zona fronteriza, en esa llanura tenían lugar frecuentes combates entre las tropas cristianas de guarnición en Porcuna y los vecinos nazaríes del señor de Arjona y gran rey de Granada Al-Hamar. Los laboriosos habitantes de aquel oasis de Alharilla hubieron de huir, contemplando como sus huertas y posesiones eran destruidas en las frecuentes escaramuzas y como la tierra pasaba a estar yerma y desolada. Cuando el Santo Rey prosigue sus conquistas de Arjona y Jaén y la frontera se aleja, en Alharilla ha desaparecido todo lo que antes fue fecundo vergel, ahora sólo es terreno donde domina el matorral y la maleza, propio para pasto de ganado, que el rey da como heredad a los caballeros calatravos que han participado en la conquista.
Alharilla comenzó a cumplir la misión para la que había sido destinada, rebaños de ovejas pastan en sus prados y los pastores aprovechan los restos de las edificaciones musulmanas, situadas en el llano junto a las abundantes fuentes de agua, para construir rudimentarias chozas que les sirven de elemental refugio, apriscos y rediles del ganado.
Desde el llano divisan, algo alejados en las colinas cercanas pobladas de encinas y chaparros, montones o majanos de piedra que por estar más distantes no fueron aprovechados para las edificaciones árabes y en los que a veces se pueden encontrar piedras con extraños labrados.
Transcurre el mes de marzo, la primavera comienza a mostrar sus primeros destellos, en aquella dehesa conviven gentes castellanas repobladores de Arjona y Porcuna apacentadores de ganado. Gran amistad se ha forjado entre dos sorianos, Antón Frontón, ahora vecino de Porcuna y Pero Esteban repoblador de Arjona. Durante varios días Pero se ha hecho cargo de la custodia del ganado, permitiendo a Antón desplazarse a Porcuna para vivir con su familia las fiestas de San Benito. Ahora a su vuelta pasa el día narrando a Pero las fastuosidad de ellas, las torneos y juegos de cañas que han tenido lugar, en las que han participado los más aguerridos caballeros de la Orden de Calatrava con su Maestre don Fernando Ordóñez y los caballeros del séquito real desplazados para esta ocasión desde Córdoba, la concurrencia de juglares, trovadores, saltimbanquis y gente de toda procedencia.
El día ha sido largo, la climatología impropia de estas fechas, el verano parece haberse adelantado, los animales y personas han buscado afanosamente la sombra, que les brindaban encinas y olivos. Al caer la tarde el cielo comienza a encapotarse, nubes negras y amenazadoras se ciernen sobre sus cabezas. Precipitadamente comienzan a recoger el ganado y a refugiarse en la choza, junto a los apriscos del llano. La oscuridad se va haciendo cada vez mayor y la noche parece aún más tenebrosa y lúgubre. Estalla la tormenta, el aire se puebla de ruidos infernales, los rayos abren profundos abismos entre cielo y tierra, hombres y animales están atemorizados. Un trueno pavoroso acompañado de una tromba de fuego desciende del cielo y contemplan como va a caer a media milla de ellos sobre un montículo elevado en el que se yergue un enorme majano coronado por una encina, junto a olivos y chaparros. El efecto es apocalíptico, las piedras saltan por los aires haciéndose añicos. Aterrados hombres y animales caen de bruces, no les quedan fuerzas para dirigir su vista hacia el lugar; cuando por fin, temerosos, alzan sus ojos un nuevo prodigio les llena aún más de temor, sobre los restos de lo que antes fue deforme montón de piedras, al pie de la encina, aparece una nueva luz, pero ya no es la del rayo, es luz sobrenatural, etérea, difusa, serena, tranquila, que parece derivar de un único foco y que se proyecta hacia el cielo formando un resplandeciente cono. Los chaparros, encinas y olivos que la rodean arden con fuego inextinguible, en el interior del cono formas etéreas comienzan a materializarse. El terror de los pastores va en aumento, como hombres de corazón sencillo y virginal creen llegado su fin e imploran protección divina.
Las formas van completando una silueta, una aparente calma se adueña del lugar, los pastores comienzan a notar una paz interior que les olvida del terror pasado, la lluvia se detiene un instante y gravitando sobre el montículo rodeada por una luz divina, una inmaculada mujer con un niño en brazos aparece ante sus incrédulos ojos. Pierden la noción del tiempo, el éxtasis les paraliza, cuando, de pronto, un nuevo trueno no producido por elementos atmosféricos, sino por una potente voz celestial, acompañada de luz sobrenatural, clama: » He aquí la Madre de Dios».
Todo desaparece, la noche deja ver su profunda negrura, los hombres buscan refugio en lo más profundo de la cabaña, esconden sus cabezas bajo las mantas y temblorosos pasan la interminable noche en espera del día redentor.
Por fin amanece un veinticinco de marzo, desde primeras horas el día se muestra en esplendor, un nace en el todo su sol apacible, horizonte, hombres y animales comienzan a perder su temor. Al despertar piensan que ha vivido un sueño aterrador; pero desde el llano contemplan los restos del enorme montón de rocas, ello les hace ver la realidad. Las piedras aparecen esparcidas por todo el lugar, algunas volaron a la distancia de un cuarto de legua, fue una suerte que no les alcanzase ninguna.
Una poderosa fuerza les incita a olvidar su temor y a dirigirse hacia el montículo, bajo la encina quedan todavía algunas extrañas piedras, unas tienen cruces inscritas en círculos, otras presentan extraños y antiguos lazos y roleos, las hay que son restos de raros arcos que parecen herraduras entrelazadas, algunas muestran celosías…, ellos comienzan a separarlas y nuevamente un estremecimiento recorre sus cuerpos, debajo aparece una especie de sarcófago, una caja cúbica de piedra, la losa marmórea que la cubre, cubierta de raras inscripciones, aparece ligeramente desplazada y ven con asombro como a través de ella salen ramas virginales y recién florecidas de almendro. Con nerviosismo van apartándolas, una gruesa estameña cubre un objeto, y escritos sobre ella aparecen unos signos que no pueden comprender, al retirarla sus incrédulos ojos no pueden dar crédito a lo que ven: una imagen morena de María con Jesús en brazos yace en el fondo de la urna.
Con reverente devoción extraen la sagrada figura; tras grandes esfuerzos consiguen dar la vuelta al pesado cubo pétreo y colocarlo bajo la encina, sobre él sitúan la preciada imagen. Aún están anonadados, todo lo han hecho mecánicamente sin apenas tener conciencia de ello. Una vez finalizados estos menesteres comienzan a recapacitar y a tener conciencia de todo lo ocurrido. Al punto dan grandes voces para llamar la atención de cuantos pastores están por el lugar, todos van acudiendo, creyendo que encontraran alguna desgracia de la noche, temerosamente vivida, y llegados no pueden disimular su asombro. Repuestos corren hacia Arjona y Porcuna donde jadeantes y sin apenas poder hablar comunican su hallazgo.
Tan pronto como se difunde la noticia de todos los lugares vecinos comienzan a llegar hombres y mujeres a contemplar tal prodigio y a elevar sus preces y oraciones ante la Madre de Dios.
Pero las fiestas de Porcuna han terminado y todos los caballeros con el Maestre a la cabeza han marchado a reunirse con el rey, para continuar la conquista de Sevilla. Hacia ellos parten emisarios con la buena noticia. Tan pronto como le es posible el Maestre y sus caballeros deciden volver para venerar la imagen. Son los primeros días de mayo, nuevamente Porcuna rebosa de gentes, don Fernando Ordóñez, Maestre de Calatrava, está nuevamente de vuelta y juntamente con sus caballeros, don Pedro Yáñez, don Juan González,… los comendadores de Lopera y el Cañaveral, el alcaide de la fortaleza, los priores de San Benito y la Coronada, con el cabildo, justicias y regimiento de la villa, rectores de Santa María la Mayor, hidalgos y vecinos, se preparan para acudir a Alharilla. La comitiva se pone en marcha, caballos, asnos, mulos, carros de bueyes y gente a pie llenan la larga legua de camino; a todos les mueve un único fin, reverenciar a la Madre de Dios. Una vez allí, acompañados de los vecinos de los pueblos vecinos a los que han mandado aviso, tiene lugar el traslado de la imagen, desde el cerrete donde apareció hasta lo que fueron restos de un destruido morabito, que durante este período de tiempo ha sido acondicionado para servir de ermita a nuestra excelsa patrona. Es la primera romería””.